jueves, 12 de enero de 2012

Aquel crimen que nunca fue perfecto.

El plan era hacer un robo rápido, el ladrón recopiló y estudió todas sus armas para cometer un crimen perfecto. Todo estaba planeado, su víctima estaba escogida, así que procedió a delinquir. Cuando entró en la habitación para cometer el robo, el criminal quedo devastado con la astucia y resistencia de su presa, no podía luchar contra su víctima la cual fue más fuerte de lo que esperó, al punto que se cambiaron los papeles, su víctima original se volvió su eterno agresor, secuestrador y verdugo. Quien originalmente era una víctima, robo todo lo valioso que poseía el ladrón, así que le sustrajo una buena parte de su alma y en cambio le llenó con mucha soledad, se dejó el brillo de su piel, la esperanza en sus ojos, el calor de su corazón, y hasta la suavidad de las manos, pero lo que más le dolió perder a aquel antiguo pillo, fue su capacidad de decidir, por lo que se volvió un esclavo.  La víctima ganó la pelea con una burlista sonrisa, hasta arrinconar al ladrón y hacerlo su prisionero. Todos los días lo torturaba de la ansiedad y gozaba de ver la desesperación de su nueva víctima, antes convertido en un ladrón, con frecuencia lo golpeaba con lo que más le dolía la indiferencia, la frialdad y el despreció. El ladrón que ahora era una víctima, le imploraba misericordia y que le dejará ir, y la victima que ahora era un secuestrador, solo le repetía que tuviera dignidad. Así pasaron los años, hasta que la víctima murió por la soledad que el secuestrador le implantó en su alma, cuando se deshizo del cadáver notó algo extraño, aquel ladrón era en realidad una ladrona que había esclavizado por años, pero nunca lo notó porque le había robado todo, especialmente su hermosa piel y no le quedó belleza alguna.
Después de la muerte de aquella ladrona victimizada, el secuestrador ya no era el mismo, sentía que se había contagiado con el virus de esa soledad, o tal vez lo valioso que le robo a la ladrona había muerto con ella, y ya no le alimentaba de igual forma. No pasó mucho tiempo para que el secuestrador muriera también de soledad, en su lecho de muerte descubrió que su víctima, quien pensaba que era ladrona, era su única compañía real y ya se había ido para siempre, sin que él le diera permiso de marcharse, en su lecho de muerte y desesperado, entendió que debía ir tras ella y se juró a si mismo encontrarla en la eternidad.  

viernes, 6 de enero de 2012

El hombre de las manos frías


Aquel hombre había crecido bajo un árbol que le cubrió los rayos del sol, por lo que su corazón se enfrió por completo, y lo hizo frío como la nieve. Creció en un lugar cálido, pero ese calor nunca lo tocó a él, su madre le enseño hablar y a ser cortes, era un hablador por excelencia, pero conversaba muy mal debido a que pocas veces tenía con quien platicar larga y tendidamente. De él siempre salían monosílabas junto a frases vacías y monótonas que aburrían a la gente, era una pantomima de muchas palabras y poca practicidad, le asustaba la proximidad y ni que decir la intimidad. Un día una mujer de corazón cálido y extrema sencillez, tuvo la osadía de quererlo, siempre lo escuchaba, pero nunca lo podía sentir consigo, era como un fantasma o peor aún como un hombre sin alma, un muerto en vida de manos tan frías como su corazón, un hombre incapaz de vivir bajo el calor del amor, era como un pingüino que solo deseaba estar aislado bajo un manto de hielo. Su calor no podía derretir la bestialidad del hielo en el, así que lo dejo congelarse más aún, ya que los sentimientos de culpa que despertarían en él por la ausencia de ella, envolverían con mas hielo cada partícula de su ser, condenándolo a una eventual soledad o la compañía de una mujer tan fría como él.